8.5.06

SE VIENE, SE VIENE, SE VIENE


A todo esto, entusiasmado con su chiche, Ward Christensen no tenía la menor idea que acababa de pergeñar el segundo aporte a la historia de la humanidad desde la informática que de manera incipiente se estaba empezando a masificar. Cumpliendo nada más que con la aptitud de volver rutinario todo lo excepcional, haberla convertido de herramienta en el más poderoso y veloz medio de comunicación le debe haber parecido cosas de chicos. Pero era revolucionario desde donde se lo mirara. Y salta a la vista que nunca le fue un misterio que la versatilidad del sistema daba para mucho más. Así que primero que nada, no contento con lo hecho, le añadió otra aparente estupidez: poner un menú de entrada para clasificar los boletines temáticamente. Casi para opas. Y el otro paso tendría que haber sido celebrado con pitos y cadenas: permitir que cada usuario se identificara y le pusiera un boletín, perdón, un mensaje directo a otro si le conocía el nombre que usaba en el sistema. El tercero pasó desapercibido y ahí sí que pondría patas para arriba lo que quedaba del siglo y del que venía: como empezaron las chanchadas, citas falsas, groserías, insultos y otras yerbas, al nombre de usuario hubo que agregarle una clave que conocería sólo el destinatario. Para enviar y para recibir.

Sí, es el e-mail.

Así de sencillo.

Que ya en su estructura original, medio en borrador, andaba dando vuelta en los grandes equipos del Pentágono, la Casa Blanca, Yale, Blanca Nieves y los Siete Enanitos, como le decían a IBM y a las otras grandes corporaciones como la Texas Instrument desde hacía una década, pero que ahora cobraba cuerpo y que no tardaría en desarrollar un potencial formidable. Por aquellos días, es cierto, era un e-mail para usar en una sola máquina y tener que hacer colas interminables, pero democratizado para los que no tenían cientos de miles de dólares ni eran militares, académicos, gobernantes o yupies.

Aunque Internet ya existía desde 1969 como cobertura de la Casa Blanca ante el asqueroso Cuco Rojo que quería enseñorearse y sojuzgar al mundo y rociar con ojivas nucleares a los débiles e indefensos EE.UU., la irrupción del módem en 1979 para utilizar la red telefónica rompería todos los moldes y comenzaba la frenética carrera para achicar distancias hasta casi borrarla. Estallaba la telemática (trasmisión de datos a distancia) en todo su esplendor. Dos máquinas a cualquier distancia, conectadas a un teléfono, haciendo correr una soft de BBS y con una que hacía de pasiva o base y la otra corría un programa de telecomunicaciones hasta establecer la comunicación del carrier (señal electrónica), permitieron desde un primer momento lo que ahora desvive a los mocosos, desfonda a los padres y llena las faltriqueras de las multis: el chat. Los primeros programas de BBS tenían una opción que generalmente era oprimir la tecla S (sysop, apócope de system operator, operador del sistema), una chicharra electrónica infernal sonaba donde estaba el host, el operador abría la línea y comenzaba el diálogo en TXT, de a uno por vez para no toparse y que los sistemas no se tildaran, tomando la precaución de poner la doble barra (//) para avisar que le daba paso al otro y así hasta terminar, unas tres horas después, generalmente cuando un padre somnoliento, enfurecido, iba y directamente desenchufaba uno de los equipos. Todo así de modoso, romántico y conservando las normas hasta que aparecieron los primates de los hackers y su delirio enanoide, inflado desde los grandes medios masivos de comunicación, como todo eso de que cualquier chichipío podía desatar la tercer guerra mundial, robar secretos atómicos y vaciar todas las catacumbas suizas con nada más que su inmensa inteligencia y un equipito de morondanga.

Volvamos a lo serio y sencillo. El otro colmo fue cuando Ward adaptó el XModem para la transferencia de archivos y además de leer o poner mensajes fue posible entrar a mandar paquetes de cualquier cosa. La cereza del postre estuvo a cargo del neoyorquino Paul Katz con el PKZip, nombre con sus iniciales y como sufijo el acrónimo de Zoning Improvement Plan, la abreviatura estadounidense de los códigos postales, un programa compactador de cualquier cosa, que llegaba a eliminar los blancos entre bytes, sobre todo en TXTs, a punto tal de dejarlos a un 23% del tamaño original, ganando en velocidad y ahorrando plata en pulsos telefónicos.

Ah, se nos había quedado en la RAM (porque ya no se puede decir más tintero) que tanto el Ward BBS como el Century 21 trasmitían a 300 bps, esto es, baudios por segundo. En la actualidad, los retrasados que siguen con el WinModem o cualquier otro genérico por el estilo enganchados al teléfono, lo hacen a 56.000 bps, es decir, 186 veces más rápido. Y los de banda ancha de 256 Kb., arriba de 853 veces más veloces.

La informática es en buena parte responsable que la prehistoria sea ayer y que por ese motivo haya desaparecido el jamón del sánguche, como es la noción de historia y nos las personas concretas de carne y hueso.

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