8.5.06

PROGRAMAS A ROLETE


En un comienzo el Collie fue el soft que por dúctil, amistoso y fácil de manejar hasta para neófitos se ganó las simpatías de la masa de pioneros adolescentes de la telemática porteña de los ‘80. Pero la irrupción del RemoteAccess prácticamente barrió con todos los demás, salvo el PcBoard y el Wild Cat, dos pesos pesados sólo aptos para lo que sabían mucho del asunto. El impacto del RA hizo que comenzaran desarrollarse en Buenos Aires subprogramas que eran gatillados por el usuario en línea, pantallas gráficas ANSI en colores que empezaron a preanunciar la inminencia de la WWW: fueron las dichosas doors (puertas) que incluso en Argentina tuvieron aciertos como permitir on line votaciones, encuestas, entretenimientos de lo más variados y otros, con lujos como los dichosos stops words (literalmente paradores de palabras, censores), cosa de evitar insultos, pornografía, apología de la droga, terrorismo de cualquier tipo y otras chanchadas.

Entre las aplicaciones que se desarrollaron abundaban las choluleadas y otras cosas que no vienen al caso, pero aparecieron variantes con unas posibilidades creativas insospechadas, como una que se adelantó bastante a las actuales bitácoras (blogs) en boga, ya que el sysop daba la patada inicial con un título tentativo y unas líneas como primer capítulo y era posible la creación colectiva, insospechada, apta para todos los géneros como ficción, ensayos, papers y otras variantes literarias.

Pero los émulos de Cervantes y Sartre no abundaron entre la verdadera secta de los cuasi anónimos porque una de las gracias consistía en anotarse con nombre de usuario y trampear al máximo los datos personales de nombres verdaderos, teléfonos, domicilios, etc. Los centros de atención fueron acumular programas shareware porque sí, el desarrollo de virus y bombas lógicas, los ataques entre sí. Esto es, otra vez repitiendo variantes culturales existentes, el surgimiento del patoterismo virtual.

En EE. UU. y buena parte de Europa no fueron furor diletante, sino un fenómeno cultural de gran magnitud. Individuos, instituciones civiles, colegios, clubes, agrupaciones de cualquier tipo, que incluyó a todas las variantes habidas y por haber de perversiones sexuales y profesiones, crearon una red comunicacional que cuando apareció Internet en todo su esplendor tenían ya un largo entrenamiento. Entre nosotros, dejando de lado los específicamente técnicos, el BBS que fue bautizado El Tío Sol en homenaje a Leslie Solomon, el periodista que el alma mater de la primera PC, y que desde mediados de 1991 hasta el último día del 2001 trató de resistir como gato entre la leña, fue una mosca en la leche. Con una peculiaridad: teóricamente era el medio on line de una escuela de periodismo famosa por el autobombo y lo progre. En este caso, no tan difundido ni gozando del mismo raiting ni popularidad, porque jamás en los diez años institucionalmente la cúpula responsable puso un solo byte de TXT, menos que menos ingresar y usarlo. Se limitó a pagar las cuentas de teléfono y los derechos de los únicos programas legales, porque todos los demás, incluso soft pesado de radio y tevé en los respectivos departamentos de enseñanza, siguen siendo truchos, y al ideólogo y editor del BBS, alabado por de vez en cuando alguna que otra nota técnica en diarios y revistas tanto masivas como especializadas, lo echaron como personal administrativo, basándose en el convenio laboral pergeñado por el soplapitos menemista Guillermo Marconi, también gremialista del personal no docente de institutos de enseñanza privada. El volumen cultural e informativo que se podría haber distribuido gratuitamente, hacer conocer a los alumnos, entrenarlo en ya se había llegado una parte de la Tercera Ola para quedarse y demás, es un despilfarro que solamente la insolencia progre, mientras le dé ganancias, se puede dar. Ni en la folletería publicitaria, a la que le daban más importancia que el periodismo propiamente dicho, figuraba como la única institución en la materia que marcaba la punta en periodismo electrónico y que tenían un archivo digitalizado sobre el MicroIsis de la UNESCO, con búsqueda en TXT libre, una alternativa que por entonces estaba reservada a los poderosos y cuya versión sintetizada puso también El Tío Sol en línea para algún despistado que pasara por la puerta, viera la luz prendida y entrara porque si ni los supuestos docentes estaban avisados, menos sabían manejarlo, mal que mal podía difundirlo para que disfrutaran de semejante lujos los alumnos, que encima podían aprender, pasarlos por arriba y desplazarlos en un territorio donde el darwinismo es la única ética reinante. Para la imensa grey de tábulas rasas, con una (de)formación cada año más deplorable, estaba reservado sólo el riguroso pago al día de la respectiva cuota; lo demás, mierda al pozo.

No es de extrañar: sus dueños, siempre escondidos tras sólidos testaferros porque no faltaban dirigentes del gremio de prensa, al mejor estilo peronista, luego de casi una década de tener a todo el personal en negro, montaron un microcine y sala de conferencias, una ratonera diez veces más peligrosa que la cercana República Cromañón, pero como siempre son amigos de la patota gobernante de turno, vista gorda. Orovenían todos de El Gráfico y de haber colaborado gentilmente con el Mundial 78, una culpa que quisieron lavar de movida poniéndole a cada aula el nombre de un periodista desaparecido. El multirubro cultural, intectos fallidos de convertirse en editoras y otras aspiraciones trepadoras, más la angurria de enriquecerse y rigurar a toda costa, fue el vector y lo sigue siendo.

Retrógrados y reaccionarios, no saben ni enchufar una computadora pero inconscientemente intuyeron el peligro que quien supiera manejar esos artefactos iba a tener el poder real y podía terminar desplazándolos o disputándoles la gallina de los huevos de oro. Una cuota mensual de 200 dólares de entonces, algo de info, culturita light y supuestos talleres para encubrir la falta total de metodología y rigor pedagógico es lo que está de moda. So pretexto de pasantías abastecen de mano de obra esclava al multimedios Clarín y a TyC, colaborando gentilmente con la desocupación y se ufanan del impacto en su publicidad que se trata de una tecnicatura con salida laboral. Las máquinas afectadas a la parte administrativa pululaban de virus de los más peligrosos: la flor y nata del periodismo prestigioso con rango docente las usaba para jugar al PacMan, al Streap Poker y otros exigencias de las circunvoluciones cerebrales, menos el ajedrez que no es para gente culta que habla de derechos humanos y le puso el nombre de desaparecidos a cada aula.

Dios los cría y el viento los amontona. Es el día de hoy que el fuero laboral del retrógrado y pingüe negocio que es la administración de justicia es nuestro país no reconoce al profesional que usa un procesador de TXTs en los llamados portales porque la computadora no es un medio de comunicación (sic). No es para espantarse. En pleno apogeo del menemismo, el socialista (¡socialista!) Carlos Fayt echó de los tribunales a las cámaras porque la tevé tampoco lo era, escribió un mamotreto que publicó la tradicial Editorial Di Palma para tratar de demostrarlo y cuando se le vino el techo abajo con el kitchnerismo transversalista, todo olvidado en un país donde todo se olvida, se encontró de pronto con la presidencia del cuerpo por un tiempito y andavo todos los días a partir de un chupete con los movileros de cuanto canal se le acerca. Jamás se va a aclarar si ese juristas salteño, que en los ratos libres despuntaba el vicio de la sociología, se retractó del zapallazo o la tevé cambió tanto sin que nadie lo advirtiera.

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