8.5.06

LA TECNOLOGIA PASA; LOS CHICOS CRECEN


Aparte de la mensajería, los BBSs cumplieron la muy importante función de distribuir a los cuatro vientos casi todo el soft del llamado shareware (primero, pruebe; después, compre, que en nuestro caso se convirtió en lo probamos siempre, no lo compramos un pomo), algunos archivos de TXT como todo el idioma inglés para ponerlo como control de ortografía en los procesadores respectivos (spellers), los antivirus como el pionero y dichoso McAfee y después el finlandés F-Prot. El acceso a algún capital permitió que hasta cierto punto proliferaran los multiusuarios pagos y que el chateo se convirtiera en un vicio casi obsceno mucho antes que la Internet con videos pregonando paidofilia, violaciones, robos y otras pavadas. Sobre todo hubo uno preferido por la Sección Informática de Clarín, donde se amanecían intercambiando pavadas, tratándose de adivinarse la verdadera identidad atrás de los alias usados como usuario, sobre todo una tal Gatubela, que tecleaba a velocidades siderales porcachonadas de todo calibre que hacían enrojecer hasta las mejillas del monitor y en la vida real era una flaquita rubiona, debilucha, que apenas si se le escuchaba la voz y llegaba a oir que decían KK y se ruborizaba en serio.

Un párrafo aparte merece Axxón, el magazine de ciencia ficción que nació con soporte electrónico, cuyo programa fuente hasta lo quiso comprar la mismísima Microsoft y se agrandaron, creado y desarrollado por el ingeniero electrónico Eduardo Carletti, además autor del género, que marcó época en el soft en castellano, se adelantó un año y medio a la interfaz gráfica de Windows y creó las primeras fonts. Aparte de algunas casas céntricas de computación, que con llevar o comprarles el disquete copiaban gratis el último número mensual, los BBS fueron la real cadena de distribución intercontinental de este hecho cultural único e inédito, a punto tal de contar con ilustradores que eran pintores que sabían programar y diseñaban fractales con luz y movimiento, aparte de tapas originales.

Un día, el autor de este trabajo en el vespertino La Razón ya boqueando, en las últimas paladas del vacimiento sistemático, llega el dato que un chico de diez años no sólo tenía un BBS, algo de por sí digno de atención, sino que el soft también era de su coleto. Conseguido el teléfono, una noche fue chequeado y tenía todo lo elemental y mínimo. Se llamaba Tetelo y tenía los horarios más estrambóticos. Sábados y domingos, de 16 a 18 y de 22 a 7; lunes, miércoles y jueves, de 23 a 7. Los viernes eran un agujero negro. Por la característica el teléfono era de Barrio Norte, se lo llamó por voz, atendió una empleada doméstica, después una mujer que dijo ser la madre y por fin apareció el geniecillo, que le había puesto ese nombre tan simpático al BBS porque era su sobrenombre de infancia, dado que la informática lo había hecho madurar tan temprano.

Con algunos remilgos maternos, otra llamada para confirmar y demás, por fin se aceptó la entrevista. Era en pleno corazón de Villa Freud, apellido de origen judío y la idish mame obviamente psicoanalista, recién separada y como imposible evaluarla como terapeuta en una sola entrevista, tenía ese hijo único y era tan buena moza como enérgica. Se presentaron bien producidos para las fotos, el mocoso era simpático y no la jugaba al geniecito, todavía esa dichosa y envidiable gracia de no separar totalmente el juego de lo intelectual, confesó que había rapiñado algunas rutinas por ahí, algún amigo un poco mayor le había dado una mano, hasta que al final lo puso on line y ahí estaba, objetivamente con el único atractivo de que él tenía 10 años.

La nota salió con bastante despliegue en página impar, sobre todo grande la foto y a los dos días recibo en el interno del diario la dulcemente agria llamada de una idish mame con ganas de soltar todo el instinto atávico y proceder como no lo hubiera hecho ni Yocasta. Como es obvio en los perseguidos mediáticos que ya empezaban a proliferar, yo le había hecho trampa, nunca había dicho que iba a publicar el número de teléfono, ella era una profesional (truchex, dicho sea de paso, porque al teléfono lo pagaba como particular, pero no era el drama) y fue salir el diario y entre todo el puterío psicoanalítico de los colegas, las tías viejas, los de la colectividad, la curiosidad de los infoadictos por ver qué hacía el pendejo, el teléfono no dejaba de sonar, una llamada tras otra como cachetadas de loco, era estar en lo mejor de una transferencia con el paciente explicándole por qué se seguía chupando el dedo grande a los 61 años cuando ¡ring!, ella descolgaba, interrumpiendo el flujo transferencia/contransferencia esencial para los que andan con los chips empastados, y ¡piiii!, el chirrido infamante del carrier, si hubiera sabido, minga de nota, poco menos yo era un depravado que le había alterado la privacidad, la santidad de su profesión y no tenía ningún derecho.

En un primer momento pareció calmarse cuando estaba a punto de entrar a tirar con la metralla gruesa del psiquiatra vienés y discípulos, para colmo yo ya me había olvidado de lo atractiva que era y estaba dispuesto a contestarle con la sólida formación cultural adquirida en los tablones siguiendo las penurias del glorioso Quilmes Atlethic Club, cuando acusó el golpe en la línea baja del macizo razonamiento: como pretender hacerle una nota a una criatura que tiene un sistema on line colgado al teléfono y no poner el número era como ser albañil y hacer casas sin puerta.

No dejó el tonido indignado, ejem, del avasallamiento sufrido y de los inconvenientes padecidos, y todo pasó al olvido. Los periodistas escriben para amplios espacios de vacíos, gustaba decir Borges.Pasado un tiempo bastante considerable, en un rastreo de cualquier cosa que nada que ver, en uno de los megabrowsers, entre pantalla y pantalla, aparece mi nombre a santo de nada, cliqueo y ¿quién aparece? ¡Tetelo en vivo y en directo! Contando con lujo de detalles el impacto periodístico que ya de pendejo había tenido su actividad. Ahora ya era todo un hombre, un profesional hecho y derecho con una currícula de aquellas y se acordaba muy cariñosamente de la nota y del gesto de sobria objetividad del autor al tratar sus primeros pasos.

Por supuesto, estaba instalado en Estados Unidos, como no podía ser de otra manera. Gracias, Tetelo, y muy buena suerte. Saludos a tu vieja, por supuesto...

En lo folclórico, dentro de un rubro que se presta a la solemnidad y donde no hay uno que no se considere un genio incomprendido, la guerra desatada vía BBSs entre técnicos de computación y usuarios también merece por lo menos una mención. Todo empezó con la casi segura inocente puesta en línea de un archivo llamado TADADOS.TXT y ahí se armó la podrida, Como a una vez le dijo al autor de este trabajo un espécimen de los que aprenden a arreglar hardware cobrándole el aprendizaje práctico a la gilada de los usuarios, “ustedes son muy pelotudos, pero no se les puede negar que son creativos.”


La cueva con el arsenal donde se acumulaban, inventaban o lo que sea, ataques cada vez más devastadores para un mogolismo que no ha dejado de crecer pese a los avances tecnológicos, todo lo contrario, era un local de computación al fondo de una galería en Flores donde los ociosos se juntaban, pergeñaban en un equipo los últimos TXTs y los ponían en línea. La cantidad fue tal que se podría haber hecho un volumen del Espasa Calpe. Y tenían miga, mucha miga, aparte de que sin negarles el ingenio, contaban con la ventaja, de que los boludos de la clientela formaban legión, ellos eran pocos y como buenos mafiosos, a pesar de cometer cagadas a rolete, aplicaban la Ley de la Omertá.

Pero al pasar hay algunas anécdotas que valen la pena rescatar como emblemáticas. Arreciaban los virus, esto es, los nenes de papá que como no tenían nada que hacer y crecía y creía la desocupación de punta, se dedicaban al terrorismo informático, y por otro lado el pingüe negocio de las multinacionales con las vacunas, en los que hizo punta el bueno de McAfee. Lo usual era ir con un disquete en blanco o comprar uno en el negocio de estos baluartes de la Hi Tech y la copia de la última versión la hacían gratis porque las cepas de bichitos se multiplicaban cariocinéticamente.

Una tarde, en el dichoso aguantadero de Flores, cae un chitrulo, pide que lo saquen del apuro porque el equibo le rebosaba de virus de todos los tamaños y especies y cuando le dieron el disquete recién copiado, todavía tibiecito, pidió instrucciones para proceder al saneamiento lógico.

-Sencillito –le dijo el que atendía-. Lo ponés en la disquetera, cerrás la palanquita y listo.

-¿Y cuánto tiempo lo dejo?

El nabo se las había dejado picando en la boca del área, el arquero en el suelo.

-Y, no sé –fue la respuesta del sátiro con baba que le caía de las dos comisuras-. Dejalo unos veinte minutos, a fuego lento, sin dejar de revolver con cuchara de madera.

El choque generacional no podía dejar de estar ausente. Un muy largo archivo, que aseguraban que era un dumping de un chat verdadero entre un hijo que creía haber dejado el equipo sin la protección puesta y su señora madre, tenía algunas partes dudosas de espontaneidad y otras, no, para nada.

Como el diálogo que remataba el archivo:

-Che, nene, parala con ese vocabulario. Que después de todo soy tu madre. ¿Creés que soy una boluda?

-No, no lo creo, mami: sos una reverenda boluda.

Otra anécdota, que por prehistórica no ha perdido vigencia, es cuando se produjo el cambio de cajones (gabinetes) para las CPU. Las primeras PC, e incluso algunas XT, venían en unos mamotretos cuadrados, bastante chatos, incluso con cierre a presión para levantarle la tapa igual que a los Fiat 600 R para que no recalentaran. El acelerado proceso de miniaturización a todo nivel hizo que la aparición de las primeras minitower fueran recibidos con alborozo.

Un gil a cuadros cayó a la boca del lobo con uno de los nuevitos 0 Km. y del otro lado del mostrador, aseguran que con buena leche, para halagarlo, nada de canchereadas o gastes baratos, le festejaron el modelo y lo monono del diseño:

-Sí –dijo el zoquete, con una sonrisa complaciente-. El que tenía antes era solamente planta baja.

Algunos testigos, de no mucho fiar, aseguran que estuvo a punto de partírselo en la cabeza.

El último. Otro salame trae su ya AT con gabinete minitower por algún desperfecto, la pone arriba del mostrador y el verdugo que ya vería cómo punguearlo a la hora de pasarle los honorarios, al levantarlo para ponerlo en la pila de los que esperaban y esperarían mucho más.


Para piropearlo, anestesiarlo e irlos lubricando cuando llegara la hora de la correspondiente sodomización, le comentó:

-Che, qué livianito.

¡Para qué! Le accionó la espoleta de toda la boludez retardada:

-¿Viste? –se babeó el candidato a ser una brochet por el contrafrente-. Lo que pasa que para traerlo en el colectivo le vacié el disco rígido.

De este otro lado, opas y todo lo que se quiera, pero siempre currados usuarios, contestábamos también con munición gruesa y hubo momento en que la guerra se puso interesante, ingeniosa y, por sobre todo, divertida. El talento no necesita de la inquina y enseña. Fueron diez años decisivos, plenamente activos y formadores de la incipiente cultura informática argentina.

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