8.5.06

GUAU, GUAU, GUAU


Logotipo oficial de FidoNet, creado por su autor con los caracteres ASCII del teclado.

En 1987 Pablo Kleinman conectó el primer nodo Buenos Aires de FidoNet y no tardaron en hormiguear, sobre todo en las principales ciudades del país, los otros nodos para hacer escala. Completaba así, tres años después, el jalón de la primavera de 1984 que iniciara Century 21. Era un trabajo de costureras recibir la mensajería, empaquetarla, como se le decía en la jerga, y despacharla. Para colmo, casi todo el día en el teclado y en los ratos libres meter las manos al bolsillo para solventar la patriada. Cumpliendo otras leyes de la informática, que a todo lo maravilloso lo vuelve rutinario y a lo excepcional nada más que un comando, la aceleración que fue tomando la tecnología, tanto en hard como en soft, empezao a percudir y desfasar cada vez más aquellas verdaderas hazañas pioneras. Cumpliendo el sacrilegio de las comparaciones y violando la santidad bastarda de lo pasional, el país y la humanidad podrían haber prescindido tranquilamente del segundo gol de Maradona a los ingleses y de la mano de Dios que no se perdían más que dos anécdotas futboleras con ciertos ribetes fantásticos y estrambóticos, pero las hormiguitas amateur de FidoNet, en silencio, verdaderamente por deporte en la antigua acepción del término, sin estadios ululantes, adulones pagos y cámaras de tevé, hicieron por la comunicación humana más que todos los mundiales de fútbol. Que el tilinguismo humano lo haya bastardeado hoy para saturar con terabytes de colores tipo narcolook las pantallitas de los celulares es un problema de la inescrupulosidad para chuparle más la sangre a la estupidez humana, no al talento o los valores y fines de los Jennings y los Kleiman.

En general, salvo contadas excepciones, con el apelotonamiento de todos en el más de lo mismo, el saldo cultural del fenómeno de los BBSs argentinos tendría que haber sido mucho más productivo si se toma en cuenta el capital humano desperdiciado y el dinero malgastado. Por iniciativa a poncho de los propios cardiólogos locales, sin ningún apoyo oficial o institucional, en el hospital de Paraná instalaron uno nada más que con la opción abierta para mensajes y chatear con el operador. Al lado, pegado al equipo receptor, lo asistía la base de datos más completas sobre la especialidad. Por ejemplo, si en Purmamarca o la Pampa de Achala un médico rural se encontraba con un caso que lo sobrepasaba no necesitaba más que una Commodore 64, un módem y un teléfono para comunicarse y llenar el formulario tipo que presentaba la primer pantalla. Si era algo más o menos complicado en diez minutos la base de datos contestaba completando otro formulario y el operador, por el chat, empezaba a mandar el presunto diagnóstico, instrucciones y medicación para zanjar la urgencia, hacer tiempo y alcanzar la asistencia hospitalaria necesaria que estuviera más cercana. Todo esto sin Internet a la vista, con alambre y scotch.

La ineptitud y artrosis crónica del Estado dejó ir el tren de la historia en un país con una densidad demográfica de 1 habitante/km2, insular, cuyos espacios desiertos a ser unidos por un nuevo sistema circulatorio estaba a tiro de escopeta de la telemática como la solución justa. Un grupo de maestros chubutenses, otra vez a poncho, con todo el viento en contra y la esmirriada colaboración de periodistas amigos, intentaron poner en marcha TeLar, una sigla obvia para Telemática Argentina y unir a los chicos de todas las latitudes, enseñarles a manejar las máquinas e ir cargando las bases de datos para intercambiar los contenidos. La idea fue linda, pero la historia no se hace con buenas intenciones y mejores sentimientos. Murieron en la inanición y todo el olvido de la indiferencia.

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