NO SE EQUIVOCO LA PALOMA, NO SE EQUIVOCABA...

En una corrupción bullente, pletórica por la recuperación de la institucionalidad constitucional, las crecientes rebañadas en el platito del novísimo rubro de la microelectrónica se agregó alegremente a la ola vanguardista e hizo su agosto también en 1984, meses más, horas menos. Con la Aduana bajo la batuta de Juan Carlos Delconte, que supo pasar su buen tiempo disciplinadamente gozando de las comodidades de Villa Devoto, los martes y sábados arribaba un vuelo de PanAm directo de Miami, rebosante de comprabando, como se le decía entonces a la operación que era fifty fifty compra con contrabando con envolturas legales, un antagonismo perfectamente posible en un país como la Argentina. Los pasajeros eran, en su mayoría, comisarios de a bordo y otros funcionarios de Aerolíneas Argentinas.a los que se los llamaba los palomos y nunca se supo si era por la bondad y humanitarismo del servicio o porque cagaban a todo el mundo. En grandes bolsos de cuero traían fundamentalmente Commodore 128, un modelo justo a mitad de camino tecnológico entre las home computers y las PC que tenía mucha demanda y se convirtió en un hit, como sus disqueteras, impresoras y monitores exclusivos. Obviamente, como los aranceles aduaneros son para los otarios y ellos traían el futuro para las nuevas generaciones on the pampas, pasaban como alambre caído y se mandaban a sus domicilios particulares, donde repartían los pedidos previamente hechos y señados como corresponde con un 30%.
No fue un negocio redondo. El concepto común de redondo devenía cuadrado. Porque había argentinos aquí y acullá. Por tratarse de productos electrónicos bastante delicados que figuraban haciendo punta de todo, así como para bombardear otros países no tienen la misma delicadeza, la red de comercialización norteamericana tenía la sana costumbre que los aparatos que rebotaban en garantía o iban a parar a taller por cualquier arreglo se les quitaba el sticker correspondiente que daba garantías que jamás había sido abierto y lo reemplazaban por uno, muy botón, fondo negro, letras doradas, que clamaba en gruesas mayúsculas:
Listo. Escrachado for ever: second hand sin vuelta hojas. La habían violado y vaya a saberse para hacerle qué. No importaba. Había perdido la virginidad y listo. A la sala de los desarmaderos antes del paso final de los tachos de basura. Pero nuestros emprendedores compatriotas afincados en la península de Florida, capital mundial del Delito Organizado, compraban por chirolas a las REPAIRED, como en el fútbol siempre ases en la improvisación, el curro, colarse por las fisuras, ver el negocio muy groso de vuelo corto, pero muy groso, y entonces las compraban por chaucha y palitos y las lustraban con un líquido especial que dejaba el plástico de alto impacto como recién salido de fábrica. Eso sí, reemplazaban el sticker alcagüetón por uno más o menos parecido al de la virginidad original, mirá vos si los chitrulos iban a ir a EE.UU. a averiguar eso. Los soponcios venían cuando a la máquina le pasaba algo, se la abría y se empezaba a encontrar la cantidad de chips reemplazados y otras lindezas. Ya no importaba. Palomo que comía, volaba. A quejarse al Muro de los Lamentos. Si se iba en busca de alguno palomo para retorcerles el cogote en una sana justicia por propia mano, como todos estaban en el bote del mismo delito y como unos angelitos juraban por todos los santos del cielo haber sido ellos también cogidos en su buena fe. Los 700 dólares ya se habían evaporado. Era un negocio que dejaba no menos del 400% de ganancia.
Al comienzo