8.5.06

A LA ARGENTINA, CHE, A LA ARGENTINA

Tapa del Popular Electronics de enero de 1975. Ahí está toda la Altair 8800.
Era un kit que costaba menos de 400 dólares y había que armarlo en casa.
No tenía más nada. Y fue el puntapié inicial de una verdadera Revolución Cultural.
Su editor era Leslie Solomon, El Tío Sol.

Los planes y objetivos del trío precursor no coincidieron de movida. Eso no significó enemistades personales sino objetivos dispares. Por el contrario: en la pantalla de Quick Info, que fue pago de movida, aquellas primeros usuarios se enteraron del la puesta en línea del gratuito Century 21, el que antes de terminar setiembre del 1984 ya acumulaba 150 llamadores, sobre todo nocturnos, como se hizo costumbre, porque estaba ENTel y cada vez que se lograba enganchar el carrier se cantaba con unción el himno y si no se cortaba la comunicación durante la conexión, Aurora, de pie y con bandera de fiesta.

Movilevsky y Antonuchi siguieron en la brecha, pero en otro rubro y dimensión. En los altos de un local de Rivadavia al 800, frente a Radio Continental, alquilaron dos pisos, personal técnico ultraespecializado, e instalaron Delphi, el primer banco de datos con acceso remoto y todas las letras, no equivocadamente banco de datos como se les decía con ligereza también a los BBSs. Tenía un abono mensual que costaba unos 250 dólares y permitía la reconexión con casi 300 bancos de datos de los más pesados de EE. UU., para lo cual, a la llamada local había que cargarle el enganche con una central norteamericana y a partir de ahí los pulsos a costo dólar que tardara la consulta. Era aconsejable que fuera rápida. Cosas de la rotación enloquecida de capitales que empezó a girar y cambiar como de muda de ropa, Delphi terminó siendo, antes de desaparecer cuando la WWW arrasara con todo, propiedad de una marca de hamburguesas que tenía la casa central muy cerca, sobre la avenida de Mayo.

Corral, don José Century, como empezaron a llamarlo, se quedó en Liniers, en un cuartito de la segunda planta. Los tres pioneros eran hombres maduros, pero los curiosos para entrar y ver qué era eso, de a uno por vez porque era una sola línea, nada de multiusuarios que a su vez se comunicaban entre sí, como lo permitía el oneroso y comercial Delphi, se entraron a multiplicar y eran todos borreguitos de entre 14 y 18 años promedio que husmeaban y no iban a tardar en intentar la suya, generando una fauna tan particular como folklórica. Tener un BBS propio en los 80 empezó a ser como tener una revista literaria en los 60, un sitio en la red por los 90 y una bitácora (blog) en la actualidad.

Otro dato a tener en cuenta hoy, en pleno consumismo, es que los módems, aparte de ser bastante batatas y a una velocidad como correr con una pata enyesada, más con el aporte del estado calamitoso de las líneas de ENTel, valían en el Gran País del Norte, donde los fabricaban a pasto, 70 dólares. En la Reina del Plata, como parece que los traían caminando para que no se estropearan, 250 de la misma moneda, cash y en dólar billete. Así y todo, las partidas se agotaban, tal era la avidez por acceder a ese mundo que ya se lo sospechaba tan vertiginoso como cambiante aunque una vez con todo armado y andando no se supiera bien qué corno hacer y para qué mongo servía, empezando por contar con la suerte de que la línea telefónica todavía sirviera para algo.

Corral se consiguió en EE.UU. un soft para poner en línea y que permitía jugarle a la máquina al póquer, al tragaperras y otras variantes, una pavada que persiste en Internet, pero con tarjetas de créditos, lamentos, ojos húmedos y bolsillos secos. Como para permitir la mayor cantidad de accesos se limitaba automáticamente las visitas a generalmente 30 minutos y la timba, si no es estatal, así sea electrónica o manejada desde una comisaría, no se permitía, los felices ganadores acumulaban minutos de uso, ENTel aumentaba las facturas porque no existía el 0610 para Internet conseguido después de grandes luchas de los usuarios, y también las quejas, rezongos, amenazas de expulsión del paraíso familiar por parte de los que pagaban, esto es, los padres. Un grupo familiar con dos hijas mujeres en edad de merecer y un tarambana infoadicto a la telemática podía significar el quiebre seguro de cualquier economía media.

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